Imagina que luego de un tratamiento genético donde son activados y desactivados miles de distintos genes propios y otros importados de distintas especies animales, despiertas, para encontrar que ahora posees seis extremidades, dos de ellas alas de una envergadura de 7 metros. Estas se extienden y contraen articuladamente como las de un ave, se unen perfectamente a omóplatos, clavículas y otros huesos que han reducido tamaño y peso; y al mismo tiempo músculos, tendones, arterias, vasos y nervios se extienden adecuadamente a las alas. Imagina que tu corazón bombea más fuerte y tus pulmones procesan más aire, mientras que otros órganos se adaptan a la nueva fisiología; una nueva área del cerebro se ha desarrollado para procesar nuevas entradas de información y coordinar el movimiento de las alas; mientras que los nervios han evolucionado para percibir mejor las condiciones ambientales de humedad, calor, dirección y sentido del viento. Imagina que a medida que pones en práctica tus alas tu alimentación cambia, tus costumbres cambian y tus preferencias sobre pareja también: otros humanos alados, tu vida entera cambia, te has convertido en una nueva especie humanoide: en una que puede volar.
Aunque los avances en ingeniería genética siempre me interesaron por el hecho de ser beneficiario de uno, juzgué que crear humanoides con características de seres mitológicos era sólo una curiosidad científica sin mercado posible. Me equivoqué, y en gran medida.
Sorprendentemente, el anuncio de haber desarrollado seres humanos con alas viables, no solo era un avance digno del Premio Atenea Nobel (El comité del Nobel se mudó a Atenea en el 2223) sino que además produjo una avalancha de órdenes de tratamientos genéticos para obtener alas y una fuerte subida de las acciones de ACS Metagenomics la empresa que logró el avance, pareciera que todos en el planeta quisieran autopropulsarse en lugar de usar aeronaves. ¿Cuál la finalidad? ¿Cuál el sentido?
Indagué en mi experiencia personal y recordé que yo mismo cuando niño fantaseaba con volar sobre las campiñas y los mares interiores de Capitolia, los enormes montes de Vulcania y los valles de Arborea, poblados por kilométricos árboles también genéticamente modificados. Me atraía esa sensación de plena libertad, de ausencia de ataduras, de infinita capacidad para recorrer distancias con el pensamiento. Es esa sensación la que habría motivado a miles a conseguir sus alas, aún cuando el tratamiento no está disponible todavía y sus riesgos y consecuencias están por determinarse.
No se puede ser duro juzgando a la avalancha de aspirantes a ángeles y demonios alados. Esta búsqueda de libertad plena que todo ser humano tiene desde niño es natural, comprensible, es lo que nos hace seres conscientes, capaces, talentosos, villanos o virtuosos. No siempre nuestros deseos de libertad caminan con inteligencia, no, en busca de nuestros objetivos erramos y a veces herimos a otros o nos causamos daño a nosotros mismos, y allí es cuando aprendemos que nuestras acciones tienen consecuencias, de estas consecuencias aprendemos, nos permiten corregir el rumbo, pero ello solamente es posible con libertad, no existe otro modo.
En cierto modo, todos en Atenea de una u otra forma venimos a buscar nuestras alas, desde el primer colono ambicioso hasta el recién llegado inmigrante que arriesgó su vida para salir de la maldita Tierra. Todos buscamos nuestra libertad, todos elegimos un sendero para alcanzar nuestros sueños que en este planeta parecen posibles, todos buscamos extender nuestras alas y elevarnos buscando libertad.
Por mi parte, he decidido no ordenar ningún tratamiento genético, me es suficiente aquel que me permite reparar el ADN para hacerle frente a la radiación del manto planetario y para lidiar con las emisiones de masa coronaria del Sol y de Zeus. Pero como es de esperar en la Tierra, la Comisión Planetaria de Salud y Buen Vivir ha prohibido cualquier tratamiento de esta índole y ha iniciado toda una gama de normas regulatorias para impedir y castigar a los beneficiarios de este u otro tratamiento similar; la Comisión ha determinado también que cualquier mutante será detenido indefinidamente en campos de reeducación y sociabilización.
El gobierno de la Tierra abre un nuevo frente ahora contra los mutantes y continúa su guerra contra los robots autoconscientes, guerra en la que por cierto la Tierra va perdiendo. La Resistencia compuesta ahora por humanos y robots (¿pronto se integrarán los mutantes?) da golpes cada vez más fuertes al ejército de la Unión de Estados Sociales de la Tierra. El último fue la destrucción de dos fábricas de armamento en la Provincia Belga que retrasará por un año la construcción del Anillo Orbital de Vigilancia. El golpe no salió en los medios regulados o estatales pero todo el mundo se enteró por las emisiones de La Resistencia, que muchos contrabandistas retransmitimos automáticamente desde nuestras naves, incluido su servidor. Para que vean de lo que somos capaces con o sin alas.
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